gabinete,psicologo,psicología,violencia de género,hikikomori,burnout,sexismo,cultura del honor,javier miravalles
gabinete,psicologo,psicología,violencia de género,hikikomori,burnout,sexismo,cultura del honor,javier miravalles

Sexismo Ambivalente

Las actitudes hacia las mujeres hostiles y benevolentes tienen un origen ancestral, ya que ambos tipos de actitudes están claramente evidenciadas en la mitología griega, y concretamente Glick y Fiske las sitúan en el poema épico La Odisea de Homero compuesto hace tres mil años. Este poema narra el regreso del héroe griego Ulises (o también llamado Odiseo) de la guerra de Troya. El relato abarca sus diez años de viajes hasta reunirse con su amada esposa Penélope, que se presenta como el ideal griego de feminidad hermosa, inteligente y complaciente; así como pilar de la casa, prudente, fiel y subordinada al marido. Hasta que Ulises no pudo reunirse con ella, estaba incompleto. A su vez, Penélope necesitaba la protección de su marido frente a los pretendientes que le surgieron durante su larga ausencia. Los componentes del sexismo benevolente se manifiestan en el relato con una Penélope integrada en el rol doméstico y marital que necesita el cuidado y protección de su esposo.

Por otra parte, algunos de los obstáculos que retrasaron el regreso de Ulises con su esposa, se manifiestan en el poema en forma de mujer, de sirenas que intentaron atraparlo. Circe una hechicera, que usó su belleza para tentar a la tripulación de Ulises e intentar detener a su tripulación y destronarlo. En esta parte en donde se manifiesta el sexismo hostil, que considera que las mujeres usan sus encantos y su sensualidad para rebatir el poder de los hombres.
Así que tanto el sexismo hostil como el sexismo benevolente tienen sus raíces en las condiciones biológicas y sociales que son comunes a todos los grupos humanos. Y giran en consecuencia en torno al poder social, la identidad de género y la sexualidad, y se articulan en torno a tres componentes comunes: El paternalismo, la diferenciación de género y la heterosexualidad. Cada componente refleja una serie de creencias en las que la ambivalencia a las mujeres es inherente, ya que presenta un componente hostil y otro benévolo (Glick y Fiske, 1996, 1999, 2000).

El paternalismo es la forma en la que un padre se comporta con sus hijos/as, por un lado les aporta afecto y protección y por el otro el padre es el que manda sobre sus hijos/as. Esta concepción está íntimamente relacionada con la visión ambivalente del sexismo, porque incluye dos dimensiones: el paternalismo protector y el paternalismo dominador. El sexismo se materializa por un lado en un paternalismo dominador que desencadena el sexismo hostil, donde se asienta la estructura del patriarcado que legitima la superioridad de la figura masculina. Y ve a las mujeres como seres incapaces, incompetentes y también las perciben como peligrosas debido a que intentan arrebatar el poder de los hombres. Por otro lado el sexismo también se materializa en un paternalismo protector que desencadena el sexismo benevolente, y que los hombres aplican a las mujeres que desempeñan roles tradicionales, ya que las consideran como criaturas débiles y frágiles a las que hay que colocar en un pedestal y protegerlas. El paternalismo protector puede coexistir con su complementario dominador porque los hombres dependen del poder diádico de las mujeres como esposas, madres y objetos románticos. Así las mujeres tienen que ser amadas, acariciadas y protegidas ya que su debilidad requiere que los hombres cumplan con su papel protector y de sustento económico (Glick y Fiske, 1996).

Brehm (1992) establece que en las relaciones heterosexuales, el paternalismo dominador es la norma. Así en matrimonios tradicionales tanto el hombre como la mujer están de acuerdo en que le hombre es el que debe ejercer la mayor autoridad y a su vez proveer y proteger el hogar con una esposa que depende de él para mantener su estatus económico y social. Carés (2001) sugiere que las mujeres además de aceptar este paternalismo, son las encargadas de transmitir los valores patriarcales y de salvaguardarlos, es decir, se espera que las mujeres no sólo se sometan al patriarcado sino que se conviertan en agentes de difusión de esta ideología sexista.

El segundo componente en el que subyace el sexismo hostil y benevolente es la diferenciación de género (Glick y Fiske, 1996). Todas las culturas usan las diferencias biológicas (físicas) entre sexos como base para hacer distinciones sociales que supone la asignación de valores, cualidades y normas en función del sexo al que pertenecemos. Al igual que en el paternalismo, en la diferenciación de género también nos encontramos con las dos caras del sexismo: por un lado está la diferenciación de género competitiva y por el otro la diferenciación de género complementaria. La diferenciación de género competitiva se presenta como una justificación sobre el poder estructural masculino, ya que considera que solamente los hombres poseen los rasgos necesarios para poseer el poder y gobernar las instituciones socio-económicas y políticas. A su vez, también afirman que las mujeres al ser diferentes de los hombres, como por ejemplo al tener en cuenta su mayor debilidad, no cuentan con las características, ni con la capacidad necesaria para poder gobernar y que por tanto su ámbito de actuación quedaría limitado a la familia y al hogar.

Por otro lado los hombres son conscientes del poder diádico de las mujeres que les hace depender de ellas. Este poder hace que los hombres reconozcan que las mujeres tienen características positivas (Eagly y Mladinic, 1993) que complementan a las suyas. Esto es lo que constituye la diferenciación de género complementaria. Para el sexista benevolente las características de las mujeres complementan las características de los hombres, mientras que para el sexista hostil determinadas características de las mujeres como la sensibilidad, las coloca en un plano inferior y las hacen incompetentes para ejercer el poder.

Finalmente Glick y Fiske (1996) sitúan en la heterosexualidad a uno de los más poderosos orígenes de la ambivalencia de las actitudes de los hombres hacia las mujeres. Berscheid y Peplau (1983) afirman que las relaciones románticas heterosexuales son definidas por hombres y por mujeres como uno de los principales factores para llegar a tener una vida feliz. Al igual que los anteriores componentes, la heterosexualidad tiene dos vertientes una es la intimidad heterosexual y la otra es la hostilidad heterosexual. Glick y Fiske (1996) establecen que la motivación sexual de los hombres hacia las mujeres puede estar unida a un deseo de proximidad (intimidad heterosexual) lo que alimenta el sexismo benevolente. Pero las relaciones románticas entre hombres y mujeres suponen a veces una amenaza para las mujeres. Ya que la agresión masculina, en culturas que promueven las desigualdades de género (Bohner y Schwarz, 1996) y la amenaza a la violencia sexual, han sido popularmente caracterizadas como unas medidas por las cuales los hombres controlan a las mujeres para mantener las desigualdades. La dependencia diádica de los hombres respecto a las mujeres crea una situación inusual en la que los miembros del grupo dominante son dependientes de los miembros del grupo subordinado, alimentando el sexismo hostil. Así las mujeres por medio del sexo tienen el poder para satisfacer el deseo de los hombres en su intimidad heterosexual.

Sexismo Ambivalente

Fundamentos del Sexismo ambivalente

La dimensión “real” del sexismo ambivalente

Descargar el archivo

Volver a Sexismo Ambivalente

 

Terminos útiles:

La violencia

Poder y Genero

Sexismo Ambivalente

La Escala de Sexismo Ambivalente (ASI)